lunes, 3 de noviembre de 2014

Localizando Aberrantes


Queridos lectores, hoy me gustaría escribiros sobre uno de los cursos más coñazos que he asistido en mi vida. Definirlo como horripilante se me antoja ser excesivamente blando con el uso de los adjetivos en una definición. Les puedo asegurar que durante su celebración llegué a plantearme clavarme el bolígrafo en la yugular, mientras una chica, que ni siquiera era atractiva, hablaba de la preparación de un ensayo de intercomparación de materiales de referencia certificados. Si no lo hice fue porque me estimo demasiado como para clavarme nada, ni siquiera las plumas de insulina. Los que me conocen saben que prefiero tener una glucemia de 200 que atravesar mi fina cutícula con la puntiaguda aguja rebosante de insulina... Soy consciente de que, a la larga, la glucemia acabará conmigo, pero al menos dejaré un bonito cadáver, con su cutícula intacta y todo.

En una de las prácticas del curso –y aviso que cuando hablo de prácticas, me refiero a ver cómo la ponente hacía cuentas en la pizarra- nos enseñaron un método estadístico para localizar y eliminar Aberrantes. Es el conocido método Cochran. Al parecer le gasearon después de identificarlo como un ser Aberrante aplicándole su mismo método. Pobre pardillo.

Meditando sobre el método, me he preguntado: ¿por qué no lo aplicamos en nuestros asuntos? Quiero decir, por ejemplo, en política. No me negaréis que así, a primera vista, sin que Cochran nos diga nada, uno diría que la política esta plagada de seres aberrantes. Sin embargo, las apariencias engañan. Si tuviéramos que pensar en un político aberrante, en seguida se nos vendrá a la cabeza imágenes de alguien como el Consejero de Sanidad de Madrid. Sin embargo, si aplicásemos el método Cochran, quizás nos lleváramos una sorpresa. Resulta que el método vale para determinar qué elementos no se ajustan a la normalidad en un grupo concreto. Y, claro, si lo aplicamos a la normalidad de los políticos que padecemos, quizá encontremos extraños resultados… Vamos, que los más aberrantes podrían no ser precisamente los aberrantes esperables… 

Es decir, ¿y si resulta que la más aberrante es, por ejemplo, Soraya? 

Lo malo de la estadística es que a veces te sale con resultados que te disgustan… Y, sin embargo, como todo estadístico sabe, lo bueno es que, como dijo alguien, los números son como las personas, en un sentido al menos: si los torturas suficientemente al final acabaran por decirte lo que quieras. Si la más aberrante fuera Soraya deberíamos aplicar el método del bueno de Cochran a la inversa: en lugar de buscar a los aberrantes para eliminarlos, buscarlos para quedarte con ellos.

Y eliminar a todos los demás. 

Bueno, creo que me estoy empezando a liar, mejor voy a dejarlo antes de que escriba algo que pueda aburrir. Os voy a abandonar a vuestra suerte hasta mi próxima garcivolalla, que debo volver al curro de todos los días, que si no mi jefe se cabrea. Y si un jefe en buenas relaciones ya es algo bastante insoportable, uno cabreado es para plantearse seriamente el atravesar tu cutícula con algún objeto punzante, incluso si eres uno de esos que estiman en demasía la integridad de su cutícula. Por suerte, ya voy conociéndole y cada vez estoy más adaptado a sus cambios de humor, no como él, que según dice, tras más de veinte años, aún no ha logrado adaptarse a su suegra. De hecho, en palabras de mi jefe, su suegra es de las que escarban el suelo y se echan arena en el lomo. 

No sé por qué, pero cuando realizó esta descripción acabé pensando en Soraya…

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