martes, 12 de enero de 2016

Una Cervecita

Creo que me sale mi ser más español cuando bebo una cañita bien tirada. Mi familia por parte de madre han sido siempre grandes bebedores de cerveza. Mi tío Luis murió con una cerveza en la mano. Su corazón renunció a proseguir con su monótono tamtan. Hay muchas formas de morir, y si a los vikingos les gustaba que su último momento les pillara empuñando una espada mientras destripaban enemigos, no se me ocurre qué otra forma mejor puede encontrar un español para pasar al otro barrio que con una caña entre los dedos.

Claro que la caña debe estar bien tirada. Mi tío Ricardo es un purista, si no está bien fría, glacial le dice, la aborrece; pero si está en su momento, puede despachar más de una docena. Además, aunque sea una obviedad, es necesario apuntar que la cerveza debe ir en vaso de caña. No en abominaciones de jarras de medio litro.  La cerveza así puesta acaba por calentarse y se vuelve pesada. Lo que debía ser un trago de gusto se convierte en un trago. Es lo que le pasa a los ingleses con sus pintas: las sirven ya calentorras. Pero es que ellos no beben lager. Ni cañas. Hablamos de un pueblo cuya mejor aportación al mundo culinario ha sido el fish and chips. Y al mundo de la borrachera, el hooligan. No podemos esperar mucho de ellos en este ámbito.

La cerveza se debe poner bien fría, en poca cantidad y acompañada de su tapa o ración. En esto mi tío Antonio es intransigente. No sólo no le vale la caña sin su tapa, sino que la tapa de acompañamiento debe estar al nivel de la caña. No se queda con cualquier cosa. A él no le pillarás tomándose una caña acompañada de dos brócolis. Las brasicáceas, según postula con sabiduría, deberían estar prohibidas, no ya como tapas, sino como alimento. Y no solo como alimento para humanos, sino como alimento para cualquier especie animal. En cambio, él es de la extendida opinión de que sus buenos torreznos, o salchicitas, o champiñones son tapas que acompañan muy bien a la caña. 

Por mi parte, si tuviera que elegir, me decantaría por la familia de los cefalópodos en cualquiera de sus versiones. Puntillitas, rejos, chipirones... Ponme a cualquiera de ellos, acompañados de una caña bien fría, y habrás conseguido un compañero incondicional. Al menos durante todo el tiempo que dure ingiriéndolas. A menudo, mientras saboreo una pata de calamar acompañada de una caña bien tirada, me siento como debe sentirse el gran leviatán que sondea los abismos oceánicos en busca de su tentacular presa. Claro que el gran leviatán no acompaña su presa degustando una buena caña. 

Sinceramente creo que los abismos oceánicos serían mucho más divertidos si se extendiera por allí la afición a la caña.

2 comentarios:

  1. Gran Post, amigo Lupiañez, soltando verdades como puños tal y como nos tienes acostumbrado.
    Nunca he sido aficionado a la cerveza, por más que lo he intentado e intentado e intentado… pero sí un ferviente defensor de la tapa o pincho “en condiciones” . A mí me ponen en un bar unos chochitos – altramuces, como creo que lo llaman – o unas aceitunas y me entran ganas de mearle la taza del wáter.
    Sí, lo sé, está muy mal que diga esto… pero es que le entra a uno una mala leche…

    ResponderEliminar
  2. Gracias Alpargatero. Y entiendo perfectamente tu indignación. Es más, sé de buena tinta que hay gente que ante una tapa de chochitos han meado, no ya en la tapa, sino alrededor del váter. Y no te digo ya en los bares de copas donde como mucho, siendo muy generosos, te ponen un mísero cuenco de revuelto de frutos secos. Luego se extrañan que haya gente que mea en la barra...
    Sin embargo lo que más me preocupa es que no te guste la cerveza. Deberías ir al médico. Seguro que tienes algún déficit enzimático o un desarreglo hormonal de algún tipo. Empiezas por no gustarte la cerveza y acaba por gustarte tocarle el culo a los amigos... ¡No lo dejes y ve al especialista cuanto antes!

    ResponderEliminar