sábado, 3 de enero de 2015

Llamadme Señor.

Lo primero que quiero deciros, aún a riesgo de ser tachado de poco original, e incluso de cansino, es feliz año. Mi comienzo podría calificarse de agradable. Y cuando sepáis cómo ha sido, entenderéis que, de ahora en adelante, aceptaré que, al dirigirse a mí, la muchachada lo haga anteponiendo el calificativo de “señor”.

Soy un tipo de los que recuerda haber pasado sus días uno de enero tumbado en una cama, con la almohada sobre la cabeza, rezando porque la habitación dejara de dar vueltas de una puñetera vez. En efecto, si mis salidas de año fueron grandilocuentes y jacarandosas, mis entradas han sido siempre grandes ocasiones para entender a qué se refería exactamente nuestro Señor Jesucristo cuando hacía alusión al llanto y al rechinar de dientes.

Este primer día de año no transcurrió de una manera tan mortificante en absoluto… Dado que cierto malestar aquejaba mi cuerpo en la noche de fiesta, (nada grave, tan solo un catarro transmitido desde algún sobrino), preferí quedarme en casa y acostarme temprano. Por supuesto, no comí uvas ni estuve como tonto mirando el televisor a las doce para despedir el año que se va y dar la bienvenida al que viene. Si me lo preguntáis, creo sinceramente que tanto a uno como al otro les importa tres narices si les despiden o no. Quiero decir que dudo bastante que los años entrantes o salientes me vayan a tener por maleducado.

Lo cierto es que la mañana del año nuevo me encontró trabajando en mis asuntos, mientras escuchaba de fondo el concierto de año nuevo. Pensándolo luego, me di cuenta de que eso era exactamente lo que hacían los adultos cuando yo era mozo… La conclusión era palmaria. Y percatarme me hizo pensar en cosas que hacía antes y que ya no hago. Como por ejemplo, pescar.

Recuerdo que antes iba a pescar a menudo. No es que me gustara especialmente estar a la espera con una caña, un sedal y varios aparejos, a que algún pez se dignara a caer en mi rudimentaria trampa. Cosa que casi nunca pasaba… A menudo me iba con la sensación derrotista de ser más tonto que un pez. Y este sentimiento se agravaba cuando meditaba en que soy miembro de una especie que ha esquilmado los océanos… Si algo he aprendido en mis años de pescador es que como esquilmador de océanos no tengo futuro.

En realidad, me gustaba ir de pesca por estar en mitad del campo… Para mí campo es cualquier sitio donde no hay vestigio humano. Aunque no sobreviviría mucho tiempo sin estar en mitad de una sociedad humana más o menos civilizada, de cuando en cuando me canso de estar en mitad de ella. Necesito salir y no ver gente, ni ciudades, ni coches, ni casas, ni carreteras... Por eso no me gustan los pantanos de orillas peladas y llenos de gente. Cuanto más despoblado y recóndito es el lugar, mucho mejor. A menudo los mejores lugares de pesca suelen tener el inconveniente de estar llenos de pescadores esquilmándolos. Yo siempre quise ir a sitios en donde encontrar a gente fuera anecdótico… incluso si para sacar un pez de allí era necesario utilizar pesca de arrastre…

Recuerdo que a menudo, en mi tierra, íbamos a un lugar apartado al que se llegaba por un camino tortuoso, lleno de zanjas, con abundante densidad de jaras a ambos lados del camino que aportaban a los flancos del coche a new look. (De hecho hubo un tiempo en que mi coche, en lugar de un color liso, tenía un color a rayas y para disimular, acabé poniéndole un tubo de escape de medio metro de diámetro, y un alerón que sobresalía cuatro metros por detrás). El camino, tras muchos zigzag y vericuetos, llegaba a un estrechamiento del pantano donde nunca te encontrabas con nadie. Allí el pantano adquiría gran profundidad, lo que era muy agradable, no solo para ejercitarte en el arte de que los peces te tomen el pelo, sino para darte un chapuzón una vez que adquirías la seguridad de que no ibas a sacar nada plateado de su azulada masa.


Así que, aquí me tenéis,  trabajando en mis asuntos, escuchando el concierto y recordando sucesos de mi juventud en la mañana de año nuevo…. Aunque aún no tengo cuarenta, creo que es hora de que me llaméis señor.

1 comentario:

  1. La pesca es algo que siempre se me ha dado mal, por muchos peces que haya en el océano. Si me metiera a pescar en una piscina de piscifactoría, lleno de peces deseosos de morder el anzuelo, lo mismo que en una discoteca criaturas sedientas de sexo, creo que el resultado sería el mismo que tirar el anzuelo a las nubes. Que descanséis señor, y feliz año nuevo. Y lo digo de verdad, sinceramente, deseando que cada minuto de cada día de este año 2015 os aporte algo de felicidad y miríadas de ventas de su libro, o al menos cien...

    ResponderEliminar